Emociones en la vida profesional
- belenmels
- 3 jul 2019
- 5 Min. de lectura
“Los estados anímicos y las emociones son estructuralmente determinados y aprendidos. Por lo general, no se piensa de qué humor se quiere estar; este se adueña de nosotros”. Matthew Budd

Inteligencia emocional es la capacidad de reconocer nuestros propios sentimientos y los de los demás, que permite a las personas aumentar su motivación y nos ayuda a mejorar nuestras relaciones sociales. Es un concepto que cada vez se valora más como competencia personal, y que en el ámbito laboral implica diferentes aspectos que acontecen claves para una buena práctica profesional.
En todas las profesiones se tienen que tener en cuenta los conocimientos técnicos, así como el grado de experiencia. Pero con esto no tenemos bastante. También son muy valoradas las actitudes y los valores personales, por lo cual las emociones y los sentimientos son presentes de forma constante y la inteligencia emocional es una competencia que permite resolver con éxito las exigencias que los profesionales que se encuentran en su actividad cotidiana.
Distinguiendo estados de ánimo
“La gente tiene estados de ánimo, las familias y las ciudades tienen estados de ánimo, las empresas tienen estados de ánimo. Los estados anímicos de- terminan lo que es posible y lo que no lo es”. Matthew Budd
Los estados de ánimo, son disposiciones de carácter holístico, que colorean nuestro horizonte de posibilidades (por ejemplo, resentimiento, resignación, aceptación, etcétera). Son dis- posiciones construidas socialmente, históricamente, los cultivamos con otros y nos hacemos ciegos a ellos, están en el trasfondo desde el cual hablamos. Al cambiar el estado de ánimo de un equipo de trabajo, por ejemplo, se transforma su forma de ver el futuro y las posibilidades que se abren en él. Por eso los estados de ánimo son centrales en el liderazgo y en la construcción de una visión poderosa.
A continuación distingo algunos estados de ánimo básicos. Se consideran negativos a aquellos estados de ánimo que limitan nuestras posibilidades y positivos a aquellos que, por el contrario, las expanden.
Resignación: “opino que nada es posible para mí, siempre fue y será así y no puedo hacer nada para cambiarlo”. Los resignados a menudo se quedan en un pequeño espacio de acciones en el que se sienten confortables. Sostienen que su punto de vista está avalado por la experiencia. No suelen declararse como tales y sostienen su autoestima identificándose como sabios.
Ambición: “opino que hay posibilidades que se abren para mí y me comprometo a tomar acción para realizarlas”.
Resentimiento: “se hizo algo injusto hacia mí y no tengo posibilidad de hacer nada, ni de hablar sobre el tema”. Mantienen la autoestima identificándose como justicieros. Suelen producir frialdad y distancia en sus relaciones.
Aceptación: “opino que hay posibilidades que no están abiertas o se han cerrado para mí y estoy en paz con eso”.
Agobio: “se me cerrarán posibilidades si no trabajo más y más rápido ahora”.
Resolución: “veo posibilidades para mí y voy a tomar acción ahora mismo”.
Confusión: “no sé qué es lo que está pasando, no sé cómo responder y no me gusta”.
Asombro: “no sé qué es lo que ocurre aquí pero me gusta”.
Arrogancia: “ya sé que es lo que está pasando aquí y es lo mismo de siempre”.
Seguridad: “soy competente en este dominio y puedo fundamentar mi juicio”.
Escepticismo: “yo dudo”. Su comportamiento suele ser el cuestionamiento. Mantienen su autoestima distinguiéndose como sofisticados, o eruditos.
Cinismo: “nada ni nadie merece mi respeto”. También mantienen su autoestima identificándose con la sofisticación. Nadie es lo suficientemente genuino o sincero.
Frustración: “tengo que hacer que algo pase y no puedo”. Los frustrados se quejan en la acción.
Es central para tu desarrollo profesional volverte una observadora de tu propio estado de ánimo y de los grupos humanos con los que te involucras. Así podrás intervenir de manera efectiva en vos misma y en tu entorno.
Distinguiendo emociones
“Quienes llegan a las puertas del Cielo no son seres que carecen de emociones o que las han reprimido, sino aquellos que han cultivado una comprensión de ellas”. Williams Blake
Las emociones, a diferencia de los estados anímicos, son disposiciones corporales que resultan como reacción frente a un hecho específico (como el enojo, la tristeza, el miedo, la alegría, etc.) que dispara una determinada valoración, por eso son reactivas.
Por ejemplo si estamos manejando nuestro auto y otro conductor se cruza cuando tenemos la luz verde de paso, probablemente experimentemos miedo porque valoramos que podemos estar en peligro. Las emociones son siempre generadas a partir de un hecho específico que las gatilla. Por lo anterior las emociones y la competencia en la relación con ellas es central en el contexto de los procesos humanos de coordinación de acciones que describimos antes.
Me voy a centrar en emociones que solemos considerar negativas o displacenteras y que nos asaltan al enfrentar situaciones específicas de quiebre. A continuación describiré tres emociones básicas tomando como referencia el trabajo de Fred Kofman:
Enojo. La reconstrucción lingüística del enojo se puede expresar así: “algo malo pasó que no debería haber pasado”. Esta interpretación implica un juicio de facticidad, o sea un juicio sobre un hecho ya ocurrido. El enojo se vincula con la transgresión de un valor, solemos enojarnos por no aceptar esa transgresión que nos resulta dolorosa. Por eso siempre el enojo implica un trasfondo de tristeza por el dolor que nos produce la pérdida actual o esa transgresión. Hacernos cargo de manera efectiva de la emoción del enojo implica atender su demanda de reparación. Esta reparación puede adoptar distintas formas, como un reclamo a quien vulneró nuestros límites, o un pedido de protección de aquello que valoramos y juzgamos descuidado. Hacernos cargo de esta emoción nos permite restablecer nuestra paz y nuestra dignidad ante lo que consideramos injusto o inapropiado. El costo de no hacernos cargo de la emoción del enojo puede derivar en el resentimiento, el rencor y el odio. Alternativamente puede dar lugar a un estado anímico de indolencia. Renunciar a nuestros valores o cerrar la puerta al amor hace que no nos enojemos, ya que al no haber nada que nos importe, nada nos duele y nada nos enoja.
Miedo. La reconstrucción lingüística del miedo puede tomar esta expresión: “podría perder algo valioso”. Esta emoción implica un juicio de posibilidad. Nos atemoriza la posibilidad de perder algo que queremos. Por eso en el trasfondo del miedo está el amor. Tememos porque amamos. El miedo nos invita a tomar acciones para prepararnos. Utilizar nuestra capacidad para minimizar la probabilidad de que lo que tememos realmente ocurra. Al no hacernos cargo de responder efectivamente ante nuestro miedo podemos caer en estados anímicos como la ansiedad que puede contribuir a desarrollar fobias o angustias. Una sensación de inseguridad y vulnerabilidad permanente en nuestra vida.
Tristeza. Reconstrucción lingüística: “perdí algo valioso”. Este emoción implica también un juicio de facticidad. La tristeza propicia el duelo, el reconocimiento de la perdida y el luto. Al darnos el tiempo para reconocer la pena y asumir la pérdida, podemos recobrar la paz interior y enfrentar el futuro con confianza. En el trasfondo de la tristeza esta el amor que profesábamos por aquello que perdimos. Si no nos podemos conectar con la tristeza y su demanda de duelo, nos volvemos incompetentes para procesar las pérdidas, esto puede generar sufrimiento, resignación o depresión. En todos los casos nuestro corazón se cierra a experimentar el amor. Si no amamos, no sufriremos pérdidas, no estaremos ex- puestos a la tristeza.
Distinguir dichas emociones básicas sienta las bases para desarrollar la competencia emocional que nos permita atravesar las situaciones cotidianas de quiebre, allí radica su gran relevancia operativa.
Las emociones se APRENDEN. Cómo? comenzando por observarlas, no las evadas! A partir de su observación, comenzaras a poder intervenir en ellas y regularlas :)
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